martes, 24 de marzo de 2020

La epopeya

Entre el terrible viento y la tempestad y la amenaza de los coronavirus, me he abierto camino para conseguir la codiciada barra de pan. En el camino me crucé con un hombre paseando un cánido y una mujer con una bolsa de la compra y nos miramos conscientes de la responsabilidad que nos une en un mismo destino.

Como siempre me gusta traer el contrapunto, os dejo un artículo de la Razón.

Mi ángel custodio y pagano siempre está de guardia y esa es mi cruz. Nunca he tenido una enfermedad grave, pocas veces tengo fiebre, no me he roto jamás un hueso. Tengo la absoluta e indiscutible convicción de que soy inmortal y carezco, por lo tanto, del más mínimo sentido del peligro. Soy como la animadora de “Héroes” tras descubrir su superpoder.

Desde esta certeza de futura superviviente del apocalipsis, vivo este confinamiento con preocupación por la salud y el bienestar de los que quiero, pero sin abatimiento ni inquietud por mí misma, más allá de las ganas que tengo de echarme a las calles, como un monete sacudiendo con ansia una valla en el zoo. No es por falta de solidaridad o empatía, no me malinterpreten, es porque no soy muy de la afectación, el estoicismo se me activa con los dramas. Lo vivo más como un eventual inconveniente, demasiado largo ya, que como una trascendental tragedia. Uno molesto, incómodo, pero que pasará.
Supongo que decir esto cuando nos están arengando con verborrea bélica a superar esto con honores domésticos es casi subversivo. Estamos en el tiempo de salvar niños hambrientos a golpe de clíquiti, de sentirnos parte de una comunidad por gritar “veo, veo” por la ventana y que te conteste un señor aburrido desde el otro lado de la calle, de sentirnos héroes por salir al balcón en pijama a dar palmas, de confeccionar mascarillas con retales que no podrá utilizar nadie porque no protegen de nada. Es la época de los gestos, del artificio, de la tramoya. Un fin del mundo instagramero y youtubero. Puritito postureo. 

No me refiero, por supuesto, a los que de verdad están sufriendo, a las víctimas y sus familiares, esos no tienen tiempo ni ganas de lamentarse en redes o salir a cantar “resistiré” a voz en grito todos los días a las ocho. Bastante tienen con llorar a los suyos. La pornografía emocional siempre es del que le rozó una bala haciéndole un rasguñito mientras estaba en la retaguardia, no del que le volaron la tapa de los sesos en primera línea de fuego. Tampoco a los sanitarios y fuerzas de seguridad. Esos no están para fiestas, están haciendo su trabajo. Sin heroicidades, con discreción, con entrega. No conozco a ni uno solo que sienta que está haciendo historia o que merece un especial reconocimiento a su labor. Que lo merecen.

Es curioso este fenómeno. A mí, que tengo un acusado sentido del ridículo, me abochorna enormemente y al mismo tiempo no puedo apartar la vista, alucinada. Me fascina y me repugna.
Me molesta, por ejemplo y hasta el extremo de apagarla, que en la radio traten de motivarnos y alentarnos con consignas positivas, como si fuésemos niños con problemas cognitivos y ellos monitores de nuevas metodologías educativas. Un fin del mundo diseñado por María Montessori. Y es que como dice mi amiga Zoé Valdés, lo peor del apocalipsis es el buen rollito.
Quizás nos lo merecemos, como miembros de una sociedad infantilizada que suplica tutela contantemente, protección y amparo. Una que, como si fuera el rey o un tirano y párvulo hijo único, se sabe -se cree- irresponsable e inviolable. Y ahora, que lo único que nos piden es que nos estemos quietos y no jodamos mucho, nos sentimos héroes. Vaya cuajo. El enaltecimiento de la pasividad sin sonrojo.

Me puedo imaginar perfectamente, casi sin taparme la cara de vergüenza (he dicho “casi”) las navidades futuras. Como si fuera Ebenezer Scrooge y me hubiera visitado el fantasma correspondiente fuera de fecha y de carta.
Nochebuena 2050, interior noche. La sala, amplia, aparece decorada con un enorme árbol de navidad cuajado de vistosos adornos. En la chimenea arden unos troncos y penden unos calcetines llenitos de dulces. Huele a naranja, clavo y canela. Suena música, pero no la identifico gracias a mi amusia. Sobre la cómoda encontramos fotos del abuelo en pijama sosteniendo una taza de café. La mirada cansada pero firme, convencido de que esa guerra la iban a ganar juntos, resistiendo en esquijama y pantuflas. En otra foto aparece tumbado en el sofá, con el mando en la mano derecha y acariciando al gato con la izquierda. En otra, aplaudiendo muy fuerte en el balcón, junto a unos hermosos geranios. Nunca descuidó las plantas, ni en los peores momentos.

“Vosotros no sabéis lo que fue aquello, no os lo podéis imaginar porque nunca os ha faltado nada”. Todas las nochebuenas igual. Atención, batallita. Los niños sueltan unas risitas y se dan codazos, los padres les chistan para que escuchen al abuelo mientras ellos se sirven otra copa. Un respeto a los mayores, copón. “Salíamos todas las noches a aplaudir al balcón. Todas. Una tras otra, inasequibles al desaliento”. Un crío bosteza y se lleva una colleja. “A veces hasta se nos olvidaba ducharnos o cambiar las sábanas. Cantábamos “Resistiré” y “Sobreviviré” a gritos, toda la manzana. Mira, se me eriza el vello solo de pensarlo”. Tose un poco, alguien le alcanza un vaso de agua, se ajusta las gafas dando las gracias. “Y así vencimos al virus y salvamos el mundo: quedándonos en casa todo el rato”.
Supongo que por mis referentes culturales me imaginaba el apocalipsis más espectacular, con zombies, explosiones, saqueos, meteoritos. Pero no. Nos ha tocado un apocalipsis de andar por casa, de franela y calcetines, de chocolate, peli y mantita. Y no pasa nada, si no hay épica, pues no hay épica. ¿Qué le vamos a hacer?
Pero por un elemental sentido del decoro, no nos déis el fin del mundo. Extingámonos con dignidad.

Rebeca Argudo. Me estáis dando el fin del mundo

27 comentarios:

  1. Me gusta mucho el contrapunto de la cuestión. Siempre estoy dispuesto a escuchar otros puntos de vista para aprender a veces y reflexionar otras. A mi tampoco se me ocurre salir al balcón de mi casa a cantar o dar palmas y mucho menos que me traten como a un niño...Pongo la tele para ver alguna película. La radio me gusta más sin ser abonado a ninguna emisora de forma permanente, solo a algunos programas. Como decía antes, me gusta escichar otros puntos de vista sean de quién sean. Ayer estuve viendo en Netflix el reportaje de un presidente muy peculiar que ha tenido Paraguay. Este personaje es Pepe. Búscalo y escúchalo, también es interesante.

    Un beso

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    1. Yo siempre voy a contracorriente y no me gusta hacer de cordero del rebaño. Siempre y cuando que se respete a los que de verdad tienen mérito estos días. Un beso

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  2. Todo esto pasará en algún momento pero nunca olvidaremos estos días en los que cada cual pasaba los días como mejor podía y el afán de muchos por entretener y que el confinamiento se haga más llevadero.
    Hay ideas buenas y otras no tanto, de todo un poco-
    Cuídate

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    1. Se lo contaremos a los nietos si podemos. Bievenida. Un beso

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  3. Pues sí Susana yo si salgo al balcón. Y sabes por qué. Porque no puedo dar personalmentelas gracias a todos los los profesionales que están dando la cara y trabajando sin descanso. Por eso salgo al balcón.
    Cuídate.
    Desde casa te mando este abrazo 🙅

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    1. El artículos se refiere a que los verdaderos héroes no somos nosotros sino los que están en los hospitales. Un beso

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  4. Creo sinceramente que no es ningún sacrificio quedarse en casa y salgo puntual a las 8 a mi terraza a aplaudir porque me sale de muy dentro y aplaudo a la vez que las campanas de mi parroquia repican al son de todos los aplausos y eso me parece muy emotivo.Besicos

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    1. Salir al balcón está bien siempre que no se aplaudan a sí mismos. Un beso

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  5. Quedará como un mal recuerdo imposible de olvidar.
    Esperemos alcanzar la tranquilidad pronto. Es una angustia diaria.
    Un beso. Sabes que te deseo mucha suerte,

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    1. Gracias. Yo también os deseo mucha suerte a todos. Un beso

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  6. Hola Susana. Yo soy de las que me quedo en casa, porque además, cuido a personas de riesgo "en casa". Solo salgo a la farmacia, (no tengo más remedio dadas las circunstancias); al súper, voy una vez a la semana y hago compras para mis padres, mi hermano (al cual se lo dejo en la puerta) y para mí misma. Y lo hago en un tiempo record.
    Donde si salgo con ganas es al balcón, porque a pesar de todo lo que está lloviendo, en mi casa no faltan las llamadas de un médico y una enfermera para saber "como va la cosa" y ajustar tratamiento. Y yo se los agradezco tanto...
    Solo espero que esto pase pronto, y también, que cuando lo haga, recordemos estos momentos y aprendamos de ellos. Que nos demos los abrazos y besos de verdad. Que disfrutemos del aire libre, que aprovechemos los momentos, que seamos agradecidos a aquellos que están luchando tanto por nosotros.
    Un beso cariño. Cuidate mucho. Muuuuakkkk:D

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  7. Yo salgo todos los días al balcón y si mañana me piden que saque música o lo que sea, también lo haré, es lo único que podemos hacer en estos momentos . A ver si pronto pasamos esto y volvemos a la rutina más fuerte y mejores!1

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  8. Susana, a mí me parece estupendo artículo. Todas las verdades juntas. Solo que como están los ánimos entre las potencias, quizá no haya quien lo cuente en el 2050. La guerra ya está...
    Abrazos y besos.

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  9. Me ha gustado el artículo y aunque hay varias frases que me han llamado la atención me quedo con esta: «lo peor del apocalipsis es el buen rollito».

    Besos.

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  10. También me quedo con la frase del buen rollito. Me ha gustado mucho el articulo. Lo malo del confinamiento es que la gente se está acostumbrando y sale a la calle más de lo debido. Parece que nos lo tomamos como si fueran una vacaciones en casa porque no tenemos dinero para viajar. Que esto va a terminar pronto no me lo creo y si nos habituamos a esta situación, malo.
    Un abrazo.

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  11. Por aquí no salen mucho. Esto se va a hacer largo. Un beso

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  12. En casa comemos pan congelado, de molde y tostado de paquete y no vamos todos los días a comprarlo.
    un beso.

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  13. En casita y a comprar de semana a semana. Un beso.

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