Tras ocho neumonías diagnosticadas de mis hijos, y el asma de la niña mayor que me obligaba a levantarme todas las noches a darle un jarabe de codeína; resulta que la pequeña a los siete años enfermó de púrpura, que es algo bastante grave. De manera que cuando se costipaba se le inflamaban los vasos sanguíneos. Al tiempo descubrí que la única manera de evitarlo era darle antibiótico continuamente. Pero el problema es que, como sólo lo venden con receta, eso nos obligaba a pequeñas mentiras y viajes repentinos a Madrid a visitar nuevas farmacias.
Afortunadamente se le pasó, al tiempo que el mayor y luego la pequeña se rompieron sendos brazos en el patio de casa, practicamente en el mismo sitio. Luego al chico lo operaron de apendicitis de urgencia. Mientas tuvimos que comprar una máquina de aerosoles porque los tres la necesitaban. Después de una varicela que afectó a los dos mayores y mi marido, que estuvo fatal, me tocó el turno a mí, que visité el hospital, una vez por gastritis,otra por vértigos y otra por diverticulitis. Cuando ya parecía que lo peor había pasado, empezaron a enfermar nuestros parientes.
No tuvimos tiempo para aburrirnos precisamente
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