Os traigo un gran artículo de mi admirada Carmen Posadas.
Se cumplen por estas fechas -el 27 de octubre, según el calendario
juliano vigente en aquel momento, y el 7 de noviembre, según el actual
calendario gregoriano- cien años de la revolución bolchevique. Lo
primero que sorprende (a menos que los periodistas se pongan la pila y
empiecen a hablar de ella a destajo en el último momento) es lo
inadvertida que pasará la fecha. Realmente asombroso en este mundo en el
que se conmemoran hasta las efemérides más chuscas e irrelevantes: los
cien años de la invención del chicle, los sesenta y cuatro de la
fregona, los setenta y uno de la bofetada de Glenn Ford a Rita Hayworth…
Sorprendente también cuando la muerte de la familia imperial rusa en
Ekaterimburgo debe de ser, junto con el hundimiento del Titanic y los
crímenes de Jack el Destripador, uno de los acontecimientos luctuosos
que más ríos de tinta han hecho correr y más novelas han inspirado en el
pasado siglo. Tan sorprendente silencio se me ocurre que tiene que ver
con otro más estruendoso y mucho más amplio en el tiempo: el que desde
entonces han protagonizado los intelectuales con respecto al fenómeno
comunista. Se calcula que dicho movimiento político concebido para
cambiar el mundo ha producido cientos de millones de muertos.
Según el
investigador R. J. Rummel, solo en China unos setenta y tres millones, y
en Rusia 62 millones, desde 1917 hasta 1987, contando los muertos en la
revolución y las víctimas de las purgas de Stalin, algunos pasados por
las armas, otros muertos en las hambrunas que se produjeron al intentar
convertir a las bravas un país agrícola en uno industrial. Y, para
ilustrar el resultado, baste un dato. Durante dicha hambruna, los
tribunales soviéticos condenaron por canibalismo a más de dos mil
quinientos campesinos ucranianos; la gente, desesperada, acababa
comiéndose hasta a sus propios hijos. Hay que recordar que intelectuales
tan respetados como Bernard Shaw, Bertolt Brecht o Jean-Paul Sartre,
por mencionar solo a unos pocos, dieron sus bendiciones al proceso.
Algunos, como Shaw, incluso justificaron las antes mencionadas
atrocidades soviéticas diciendo que eran justas y necesarias (sic) para
crear el Hombre Nuevo. Otros, como Sartre, consideraron que era mejor
callarlas para «no mermar la moral de los obreros del bloque
occidental». Su actitud puede parecer cosa del pasado, de tiempos en los
que no se tenía información suficiente sobre el alcance de dichas
infamias. Pero la santa omertá de intelectuales y biempensantes
ha hecho que, hasta nuestros días, se siga guardando igual silencio
ante la dictadura de Castro, por ejemplo, mientras se rasgan
ruidosamente las vestiduras denunciando dictaduras derechistas
. ¿A
qué se debe esa ceguera selectiva? ¿Qué hace que, a diferencia de las
de derecha, las tropelías de la izquierda gocen de patente de corso?
¿Por qué, incluso en sucesos políticos que en apariencia no están
relacionados necesariamente con la dicotomía izquierda-derecha como, por
ejemplo, el proceso soberanista catalán, resulta que, al final, una
postura se considera fascista (y por tanto no deseable) y la otra en
cambio libertaria y aceptable? ¿Por qué durante años la izquierda más
intransigente se ha arrogado el papel de árbitro y dadora de carnets
de idoneidad sobre quién detenta El Bien, con mayúscula, alegando que
sus postulados -que no sus acciones- buscan el progreso y la igualdad?
Pero quizá lo más sorprendente de todo sea que el resto de los
ciudadanos, los que no somos fanáticos ni de un bando ni de otro, nos
hemos creído esta patraña. Tal vez porque ‘fascista’ es una palabra que
nadie quiera ver asociada a su persona. Y, sin embargo, y curiosamente,
dicha palabra tiene a su vez un efecto paralizante. Para que no la
tachen de facha, la gente acaba por hacer o no hacer, decir o no decir
cosas que nada tienen que ver con la izquierda ni con la derecha, sino
con el más elemental sentido común. ¿Es facha la cortesía?, ¿el
respeto?, ¿el ser patriota?, tener un poco de disciplina? Contestar a
estas preguntas es políticamente incorrecto, mejor seguir guardando un
estruendoso silencio.
https://www.xlsemanal.com/firmas/20171023/carmen-posadas-estruendoso-silencio.html
Yo tampoco puedo entender cómo se tapa o se silencia todas las atrocidades que cometieron y siguen cometiendo los comunistas, cómo la gente es tan ciega que no ve la pobreza que ocasiona este régimen político en todos los paises que gobiernan y sin embargo les tengan tanto miedo a partidos democráticos.Es injusto llamar facha a una persona que tenga educación, que respete a los demás o que ame a su patria pues si se estudia bien el fascismo ( fundado por Mussolini) resulta que se asemeja muchísimo más a los independentistas que al resto de los ciudadanos. Besicos
ResponderEliminarY encima se apropian de la fuerza moral. Un beso
EliminarEl fascismo fue terrorífico, pero el comunismo fue horroroso. Ni lo uno ni lo otro. Son los dos calificativos mas acertados sobre la historia del siglo XX.
ResponderEliminarUn abrazo.
Al nazismo solo le dio tiempo a veinte millones de muertos. Un beso
EliminarSi tu lo repúblicas debe merecer la pena, pero me esperan a cenar, y veo que es largo, vendré mas tarde. Abrazos
ResponderEliminarMuy interesante reflexión, meditada y hace pensar, cosa imprescindible. Gracias, querida Susana.
ResponderEliminarBesos.
Y muy verdadera. Un beso
EliminarPara reflexionar...
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